jueves, 18 de julio de 2019

De nuevo, viviendo en Barcelona.
Quince, casi dieciséis, años pasaron volando, cuando miro atrás. Realmente, nada pasa volando, salvo los pájaros. Cada día tuvo sus horas, minutos, segundos, los disfruté, los lloré, los ignoré.
Aquella playa de arena que no se pega, limpia y larga. Aquel jardín, mimado cuando descubría todo lo que puede hacer con las manos en la tierra; casi abandonado, cuando, harta de pinaza, cagadas de urracas y palomas, deseaba no verlo ya.
De soledades no hablo, las llevo conmigo cuando y donde voy. Las respeto porque me confieren libertad de movimiento, pensamiento, afecto.
Es, cual hiedra, la incomunicación la que me atrapaba en el paisaje de sinrazones, en el trazado del país imaginario, en que la lengua y territorio son de unos y no de todos.
Lugares pequeños aumentan grandes males.
Barcelona tendrá todo esto igualmente, espero que diluido.
Me gusta mudarme, de paisaje y de piel.